UNA VISIÓN PANORÁMICA DEL SIGLO XX SEGÚN ERIC HOBSBAWM

Eric Hobsbawm, 1917-2012
COMPARTIR

Por: Diego Andrés Escamilla Márquez

[El presente texto está basado en el acápite titulado “Visión panorámica del siglo XX”, del libro de Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX. 1914-1991 (1995: Barcelona, Crítica, pp. 11-26)].

SOBRE ERIC HOBSBAWM


Eric John Ernest Hobsbawm, nació en Alejandría (Egipto) en 1917 y falleció en Londres (Inglaterra) en 2012. Fue un historiador británico, de los más prestigiosos en el ámbito de la historiografía contemporánea de orientación marxista. La aplicación de su visión marxista contribuyó a la construcción de la disciplina de la historia social, que aspiraba a enterrar la tradición historiográfica victoriana, orientada a los grandes personajes. De forma paralela, centró sus estudios en el desarrollo de las tradiciones, la crítica hacia las invenciones de las élites y los contextos de la construcción de los modernos estados-nación, señalando asiduamente las conexiones entre el devenir político y sus causas económicas. El materialismo histórico de Hobsbawm alcanzó una influencia muy notable en los ámbitos académicos de todo el mundo occidental durante el siglo XX, y en especial en los centros británicos (Tomado de : https://www.biografiasyvidas.com/)


EL SIGLO XX ES UN TRÍPTICO

El siglo XX puede representarse como un tríptico: inició con una época catastrófica, que va desde el inicio de la Primera Guerra Mundial (1914) hasta el fin de la Segunda (1945); le siguió un período de 25 o 30 años de extraordinario crecimiento económico y transformación social, en el que la humanidad vivió las más profundas modificaciones que haya podido experimentar en cualquier otro período de duración similar; y, por último, terminó con una era de descomposición, incertidumbre y crisis, especialmente para vastas zonas del mundo como África, la ex Unión Soviética y los antiguos países socialistas. En otras palabras, el siglo XX terminó de la misma forma que empezó, solo que ésta vez las potencias occidentales se vieron menos afectadas.

Fin del siglo XIX

El arte bélico europeo no surgió con el comienzo de la Primera Guerra Mundial. En 1913, cuando el artista alemán Emil Nolde pintó su cuadro “Soldados”, ya se anunciaba la guerra. Mientras que algunos pronosticaban el apocalipsis, otros, en cambio, asociaban la guerra con una fuerza revitalizadora que anunciaba una nueva era (tomado de: https://www.dw.com/es/)

El inicio de la época de catástrofes que inauguró la Primera Guerra Mundial (1914-1918) marcó el derrumbe de la civilización occidental del siglo XIX. Esto no significa que dicha civilización dejara de ser capitalista, ni liberal, ni burguesa, ni mucho menos brillante (por sus adelantos científicos, artísticos y morales), más bien, lo que denota, es que en el transcurso de esta primera parte del siglo XX, aparecieron serios competidores que cuestionaron y, en ocasiones, superaron o echaron al traste los paradigmas decimonónicos europeos. Nos referimos al socialismo (puesto de relieve en 1917) y al fascismo (emergido en las décadas de 1920 y 1930).

Al calor de esta competencia, la otrora sociedad vigorosa de la Europa occidental del siglo XIX, junto con sus baluartes (capitalismo, liberalismo y burguesía), fue decrepitándose. El hecho más diciente de esta decrepitación lo constituyó, al acabarse la Primera Guerra Mundial, el desplazamiento de Europa de su posición dominante en el mundo.

De esta manera, después de haber sido cuna de las revoluciones científica, artística, política e industrial, de haber tenido un poder económico y militar que abarcaba gran parte del planeta, de contar con una población que componía la tercera parte de la especie humana y de constituir unos Estados que formaban el sistema hegemónico de la política mundial, Europa pasó, en la primera parte del siglo XX, a ser la segundona de la nueva potencia, los Estados Unidos.  

Primera parte: una época de catástrofes (1914-1945)

Caminos de Gloria (1917), de Christopher R. W. Nevinson.
Esta pintura al óleo muestra la visión de Nevinson sobre la bajeza de la guerra de trincheras: sus soldados anónimos muertos yacen boca abajo en el barro con alambre de púas. Se negó a retratar la gloria de la guerra y su obra fue amenazada con ser censurada. Antes de ello: expuso la pintura en Londres y adjuntó una hoja de papel sobre el soldado, que decía: "Censurado" (tomado de: https://www.dw.com/es/)

Los decenios transcurridos desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial, hasta el fin de la Segunda, fueron un período de catástrofes, especialmente para la sociedad europea, por lo que significaron las dos guerras mundiales, el derrumbe de los grandes imperios coloniales, la Gran Depresión de 1929 y el quiebre de la democracia liberal como consecuencia del avance del fascismo. El sistema capitalista liberal pudo salir avante de esta época catastrófica solo mediante la alianza –insólita y temporal- con el socialismo. Fue dicha alianza la que permitió salvar las democracias del capitalismo occidental, aunque para hacer honor a la verdad, hay que reconocer que la victoria decisiva sobre la Alemania nazi fue esencialmente obra del Ejército Rojo.

Esta alianza entre el capitalismo liberal y el socialismo, para detener el fascismo, fue el momento decisivo en la historia del siglo XX. Si bien durante la mayor parte del siglo las relaciones entre los países capitalistas y los países socialistas se caracterizaron por un antagonismo irreconciliable, durante las décadas de 1930 y 1940 la mentada alianza hizo de los socialistas, vaya paradoja, los salvadores del capitalismo, o para ser más precisos, los salvadores de las economías capitalistas que estaban en el bando de los aliados.

Tal salvamento no solo consistió en la derrota que los soviéticos infringieron a Hitler en la propia Berlín, sino también, y sobre todo, en el incentivo -o miedo- que proporcionó la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) para que el capitalismo se modificara desde adentro. Este incentivo provino, principalmente, de las políticas de planificación económica aplicadas por el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), que pronto los Estados occidentales trataron de emular (aunque solo parcialmente), mediante la figura de reformas sociales de intervencionismo estatal, con el fin de evitar alzamientos revolucionarios.

El resultado de esta mezcla de capitalismo con planificación económica dio origen a las llamadas “economías mixtas” o “Estados de bienestar”, que surgieron en el mundo occidental a partir de la crisis económica de 1930, pero que cobraron mayor importancia en las décadas que siguieron al término de la Segunda Guerra Mundial.

Segunda parte: «Edad de Oro» del capitalismo (1945-1975)

Serie Mao Tse-Tung, de Andy Wharol, 1972-1973. Los años sesenta corresponden al período de la Guerra Fría, cuando el mundo vivía la amenaza de un posible enfrentamiento nuclear entre los países capitalistas y comunistas. Para entonces, la izquierda radical tenía muchos adeptos en las filas de la intelectualidad de Occidente, pero también empezaban a conocerse los crímenes ocurridos puertas adentro en los países comunista. Además de tomar la imagen de artistas consagrados e intervenirlos con sus técnicas de reproducción, Warhol también acostumbraba tomar la imagen de figuras públicas no artísticas y las incorporaba al "panteón" de los íconos pop, bien para subrayar su consagración, bien para ironizar y transgredir la significación. Un acontecimiento político despertó el interés de Warhol en representar al líder del comunismo chino: justo en el año 1972, aún en el contexto de la Guerra Fría, el presidente Richard Nixon decidió visitar Pekín con el fin de aproximarse a China y abrir un proceso de negociaciones. Warhol vería en este acercamiento una oportunidad artística. Tomó la imagen del célebre Libro rojo, la reprodujo y la intervino. Para entonces, ya Warhol había hecho lo propio con figuras del mundo político como Jackie y J. F. Kennedy y el Che Guevara (Tomado de: https://www.culturagenial.com/es/)

Ahora bien, una vez que el capitalismo liberal consiguió sobrevivir al triple reto Gran Depresión-fascismo-guerra, tuvo que hacer frente todavía al avance global de la revolución, cuyas fuerzas se agrupaban en torno a la URSS, país que a pesar de los estragos de la Segunda Guerra Mundial había emergido como una superpotencia y una referencia para los oprimidos del mundo.

En medio de este enfrentamiento (1947-1973) el capitalismo experimentó unas décadas que podrían denominarse su “Edad de Oro”. No existe todavía una respuesta general sobre el cómo y por qué, lo que se puede valorar con toda certeza es la escala y el impacto extraordinarios de las transformaciones económicas, sociales y culturales que se produjeron en esos años: las mayores, las más rápidas y la más decisivas desde que existe registro histórico.

El hecho más contundente de estas transformaciones fue el fin de una etapa de la historia humana de casi 8.000 años: la etapa en la cual la inmensa mayoría de personas se sustentaban practicando la agricultura y la ganadería. Desde la segunda mitad del siglo XX la industrialización alcanzó poderosa y aceleradamente los países agrarios, y en esto contribuyó tanto el socialismo, con su efecto modernizador sobre las zonas pobres del planeta a las cuales influenció, como la Revolución Verde, proyecto técnico-científico que aumentó la producción de alimentos en los Estados capitalistas.

Tercera parte: época de descomposición (1975-1990)

En las décadas de 1980 y 1990, el mundo capitalista volvió a dar signos de crisis, debido a la aparición de los mismos problemas de la primera posguerra: altas tasas de desempleo, desigualdad creciente, Estados quebrados, gasto social elevado, etc.

Estos problemas, que se preveían superables por la edad de oro del capitalismo, eran ahora mucho más complicados de resolver, en primer lugar, porque dicha edad había creado una economía decididamente mundial, en la que difícilmente un país, independientemente de su sistema político o ideológico, podía escapar a las fluctuaciones económicas del resto. La economía, por primera vez en la historia, transcendía de manera determinante las fronteras estatales.

En segundo lugar, la dificultad para resolver los problemas económicos de la crisis de final de siglo, se agravó con el hundimiento de la Unión Soviética, no solo por las consecuencias económicas negativas de este hundimiento, sino además por la desmoralización de sujetos y organizaciones que, ejerciendo una praxis política desde abajo, tenían como referente a la URSS en el planteamiento de sistemas económicos alternativos, fuesen radicales o reformistas.

De este modo, el derrumbe del “socialismo realmente existente”, encabezado por la Unión Soviética, fue síntoma y causa de la crisis económica de finales del siglo en vastas zonas del planeta, pero, sobre todo, señaló el momento en que fueron suprimidas las talanqueras que otrora habían protegido a los trabajadores de la voracidad del capital. Inició así el momento de expansión mundial del llamado neoliberalismo[1].

Mírese por donde se mire, la desaparición de la URSS a principios de la década de 1990, fue el acontecimiento más destacado en los decenios de crisis que siguieron a la “edad de oro” del capitalismo y el que marcó el final del corto siglo XX.

Ahora bien, cuando el mundo entró plenamente en la década de 1990, se hizo patente que la crisis mundial no era solo en la esfera económica, sino también en la esfera política. Las tensiones generadas por los problemas económicos socavaron los sistemas políticos de la democracia liberal, tanto en los países desarrollados, donde había funcionado sin reparos desde la Segunda Guerra Mundial, como en los países del Tercer Mundo, en los que recién se estaba intentando tras períodos de violentas dictaduras y conflictos armados.

Sin embargo, la crisis de finales del siglo XX fue tan generalizada, que además de las incertidumbres económicas y políticas, también afectó el ámbito profundo de los ideales. Los principios racionalistas y humanistas en los que se había basado la sociedad occidental desde el siglo XVIII, cuando las mentes ilustradas vencieron las estructuras del Antiguo Régimen, aceptados tanto por los capitalistas liberales como por los comunistas (principios que de hecho hicieron posible su breve pero decisiva alianza contra el fascismo) se vinieron a pique. Una suerte de lamentaciones y críticas contra todo lo que era moderno, surgida en el seno de sectores intelectuales y artísticos, y replicada por gestores de la opinión pública, se convirtió en el transcurso de los últimos 30 años del siglo XX en la corriente de pensamiento denominada posmodernismo.

El posmodernismo culpó a las aspiraciones de progreso, a las utopías políticas, a la ciencia y a la tecnología, de los desastres de la humanidad y declinó cualquier pretensión de proponer una salida para los mismos. De esta manera, para los posmodernos, el problema no era una forma específica de organizar la sociedad, sino todas las formas posibles en las que se intentara hacerlo.   

De este modo, la crisis de los paradigmas de la modernidad de finales del siglo XX, configuró en las generaciones de las sociedades occidentales que le siguieron, un sentimiento de extravío y deriva que, como lo dice el poeta Thomas Eliot, indicó la forma de terminar un mundo: “no con una explosión, sino con un gemido”. A decir verdad, en la terminación del siglo XX, ambos, la explosión y el gemido, se escucharon fuertemente y al unísono.

La agonía de la URSS. En esta foto de agosto de 1991, cuatro meses antes de la disolución oficial de la Unión Soviética, se ve al líder soviético Mijaíl Gorbachov dándose la mano con el presidente ruso Boris Yeltsin. Gorbachov acababa de sufrir un intento de golpe de Estado, impulsado por sectores duros del Partido Comunista que se oponían a sus reformas de democratización y liberalización de la economía. Yeltsin respaldó al mandatario soviético en medio de masivas manifestaciones que pedían su continuidad. Pero la URSS ya estaba sentenciada (tomado de: https://www.eluniversal.com.mx/).

DIFERENCIAS ENTRE EL FINAL DEL SIGLO XX Y EL FINAL DEL SIGLO XIX

¿Cómo explicar, pues, que el siglo XX no concluya en un clima de triunfo, por ese progreso extraordinario e inigualable, sino en una atmósfera de desasosiego?

No es solo que este siglo haya sido el siglo más mortífero de la historia, por los estragos de las dos guerras mundiales, sino también el de las mayores catástrofes humanas, sin parangón posible con otro período similar en el pasado: hambrunas, bombas atómicas, genocidios sistemáticos, destrucción medioambiental, condiciones económicas morbosamente desiguales entre países y entre sus respectivas poblaciones, etc., no parecen ir acordes con los adelantos técnicos y científicos del siglo XX, que no tienen, tampoco, parangón con otros siglos.

A diferencia del siglo XIX, que pareció un período de progreso material, intelectual y moral casi ininterrumpido, desde 1914 se ha registrado un marcado retroceso de los niveles de vida que se consideraban normales para las capas medias de los países desarrollados y que se creía se estaban difundiendo hacia los segmentos menos instruidos de la población y los países más atrasados del planeta.

El siglo XX nos ha enseñado que los seres humanos pueden aprender a vivir bajo las condiciones más brutales y teóricamente intolerables, evidenciando el retorno hacia lo que nuestros antepasados del siglo XIX habrían calificado como barbarie. La última barbarie del siglo XIX, definida así por los propios europeos, fue precisamente la Primera Guerra Mundial, la primera  de las barbaries del siglo XX.

No hay duda que las tensiones imperialistas entre los países que desataron aquella “carnicería” en 1914, siguieron (y siguen) vigentes con la finalización del siglo XX, aunque los países sean otros.

No obstante, a pesar de estas coincidencias, el mundo de finales del siglo XX es muy distinto al que existía a finales del siglo XIX. Y lo es por lo menos en tres aspectos: no es eurocéntrico, es globalizado y es tremendamente individualista.

El mundo de finales del siglo XX no es eurocéntrico

En 1915, el escultor alemán Wilhelm Lehmbruck creó la impresionante escultura sobredimensional de un hombre desnudo. Su obra se titula “El caído”. Ninguna otra obra de la exposición “Vanguardias en el combate” simboliza de forma tan intensa el desamparo de los humanos ante la fuerza destructora de la guerra (tomado de: https://www.dw.com/es/)

En primer lugar, el mundo de finales del siglo XX ya no es eurocéntrico. A lo largo de esta centuria se produjo la decadencia y la caída de Europa, que al comenzar los años de 1900 era todavía el centro incuestionado del poder, la riqueza, la inteligencia y la civilización occidental. Los europeos y sus descendientes pasaron de aproximadamente 1/3 a 1/6, como máximo, de la humanidad. Las industrias que Europa inició han emigrado a otros continentes y los países que en otro tiempo buscaban en Europa el punto de referencia, dirigen ahora su mirada hacia otras partes (por ejemplo, hacia el Océano Pacífico).

Las grandes potencias de 1914, todas ellas europeas, han desaparecido. Los Estados Unidos, pese a sus numerosas peculiaridades, son la prolongación, en ultramar, de Europa, y se alinean junto al viejo continente para constituir la civilización occidental.

No obstante, el conjunto de países que protagonizaron la industrialización del siglo XIX sigue suponiendo, colectivamente, la mayor concentración de riqueza y de poder económico y científico-tecnológico del mundo, y en el que la población disfruta del más elevado nivel de vida; eso compensa con creces la desindustrialización y el desplazamiento de la producción hacia otros continentes. Desde ese punto de vista, la impresión de un mundo eurocéntrico u occidental en plena decadencia es superficial.

El mundo de finales del siglo XX es globalizado

La segunda transformación es más significativa que la anterior. Entre 1914 y el comienzo del decenio de 1990, el mundo avanzó notablemente hacia el camino de una única unidad operativa, lo que era imposible en 1914. De hecho, las economías nacionales han quedado reducidas a las complicaciones de las actividades transnacionales.

Pero no solo se han transformado algunas actividades económicas y técnicas, sino también importantes aspectos de la vida privada, principalmente gracias a la inimaginable aceleración de las comunicaciones y el transporte.

Composición de Alex Gross. "Alex Gross es uno de los artistas contemporáneos que mejor ha plasmado la influencia de la publicidad y el consumismo dentro de un nuevo paradigma estético. Su pintura suele clasificarse como "surrealismo pop", abarcando desde la ciencia ficción, la teoría de la conspiración o desde una perspectiva de lo bizarro los temas y patologías más prominentes de la sociedad moderna. Muchas de sus pinturas, fraguadas en óleo, contienen elementos crípticos, referencias pop, señas lúdicas o francas críticas a la forma en que el hombre adopta la tecnología -en ocasiones esclavizándose- y consume la publicidad. Sin embargo, esta aparente cualidad crítica del sistema dominante se ve contrarrestada por una glorificación de la estética de la publicidad y el mundo del fashion. Sus pinturas acaban siendo como carteles de una dimensión alterna de la realidad, donde la magia convive con el branding" (tomado de: https://pijamasurf.com/)

El mundo de finales del siglo XX es individualista

La tercera transformación es la desintegración de las antiguas pautas por las que se regían las relaciones sociales entre los seres humanos y, con ella, la ruptura de los vínculos entre las generaciones, es decir, la ruptura entre el pasado y el presente.

No obstante, en la realidad concreta, hay que decir que las sociedades del siglo XX no han destruido completamente toda la herencia del pasado, sino que la han adaptado de modo selectivo. Esta selección ha corrido por cuenta de los intereses de las clases dominantes de los países capitalistas, las cuales, por ejemplo, no tienen reparo en utilizar los conceptos de la ética protestante (como la renuncia a la gratificación inmediata, la glorificación del trabajo duro, la importancia de la familia, la confianza en sí mismo, etc.), pero estigmatizan de todas las formas posibles los conceptos asociados a la rebelión de los individuos.

Esto es sobre todo evidente en los países más desarrollados del capitalismo occidental, en los que han alcanzado una posición preponderante los valores de un individualismo asocial absoluto. De todos modos, esas tendencias existen en todas partes, reforzadas por la erosión de las sociedades y las religiones tradicionales y por la destrucción, o autodestrucción, de las sociedades del “socialismo realmente existente”.    

"Individualismo" (2009), de Luciana Suárez (imagen tomada de: https://www.artelista.com/)

Una sociedad de esas características, constituida por un conjunto de individuos egocéntricos completamente desconectados entre sí y que persiguen tan solo su propia gratificación, estuvo siempre implícita en la teoría crítica de la economía capitalista, específicamente el marxismo, que anticipó, de continuarse el capitalismo como modo de producción dominante, un mundo en el que las mayorías no solo no saben a dónde nos dirigimos, sino tampoco a dónde deberíamos dirigirnos.

¿Consideras que hay más transformaciones? Déjanos tus aportes y comentarios.


[1] Las opiniones de estos dos párrafos son de completa autoría del autor del presente artículo y no tienen mención explícita en el texto referenciado de Eric Hobsbawm.



COMPARTIR

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*